sábado, 26 de diciembre de 2009

"El sueño contagioso"
Cap. I
por
Gustavo Esnaola Moro

Murmullos...murmullos heridos por el tañir de la campana de un tren lejano regresando de algún sepelio. La blanca fluorescencia empaqueñece las pupilas; esfínteres inútiles para evitar el ingreso del horror que aguarda a una vida de distancia. Un sabor nuevo en la boca que luego se llamará sangre y un dolor nuevo en el cuerpo que luego se llamará vida.
(...1!...2!...3! )
El llanto inaugural no llega y el obstetra, nuevamente, cree perder por puntos ante el oscuro campeón del mundo. Tener consciencia del propio nacimiento, no poder represar la náusea; ahora proyectar sombra sobre la faz de esta tierra harta de vernos nacer, en definitiva, ser.
El doctor cuenta un cuento numeral, canción de cuna invertida, del sueño a la vigilia anhelada. Murmullos...murmullos.
(...4!...5!...6! )
Ya no se oye la campana. Recostado sobre esta acéptica inmundicia, con la piel virgen golpeada por caricias de cuero rojo; los pulmones puros cargados con conocida nicotina espesada por el encierro; sensaciones oxidadas, recicladas desde este nuevo templo...
(...7!...8!...9! )
Miles de morbos rugían hacia el cuadrilátero delimitado por la fluorescencia puntual. El humo de sus ansiedades penetraba las telas sudadas y las pieles sudorosas. Sobre el ara encordada yacía Victor con una nueva derrota sacralizada por los acólitos de esta violenta religión; aturdido escuchó el diez (...10! ) de su cuenta final.
El sabor de la derrota se expandió por su lengua, atravesó el portal de su garganta, se deslizó por su descenso faríngeo y erigió un nuevo monumento recordatorio en ese pueblo de olvidados, cimentado en la eterna penumbra estomacal.
Un perdedor nato se convierte en un luchador crónico desde el momento en que susurra un abracadabra ante los portales de su fe obediente; una y otra vez esos pórticos abaten sus livianas hojas de hierro forjado, para revelar un oasis por delante de un desierto.
"La próxima la gano"-. dijo Victor en el vestuario, pero ya nadie le creia a este profeta desde hace cuatro profecías atrás.
(sangre-sutura-silencio)
La solemnidad que suele acompañar al fracaso era cruelmente incorrecta como escenografía para la soledad de Victor; una herida injusta que hablaba de pesares ante un tribunal sentado sobre la sempiterna dicha del acusado. Quién mide la derrota?; desde donde podemos sopesar la derrota sino desde el trono solitario de la subjetividad del "derrotado"?; cuánto se gana al momento de vencer?. Preguntas tácitas diseminadas sobre el inconsciente de Victor, ese territorio en donde su amor propio hacía un edén con un poco de su propia sangre, algunas vendas sudadas y unos pocos pesos de la bolsa de esa velada; un edén al cual Victor accedía a través de una ventana situada muy lejos al norte de la consciencia de sus colaboradores silentes.
(Radio lejana-luz tenue-puerta que se cierra)
Una vez en la calle Victor decidió caminar para legitimizar su soledad con el otoño nocturno. Hojas secas sobre las sienes fugaces, su única corona posible en esta infame maquinaria.
Cada paso funcionaba como un dinamo para recuperar algún fragmento de una historia perdida en la ciénaga de la inconsciencia impuesta por la dictadura del cuero rojo. Soporíferas cadenas oxidadas arrancaban de los brazos de Morfeo capítulos de una novela imposible, en donde una sufrida madre paría a un púgil ensangrentado sobre la sordidez de un cuadrilátero rodeado de la más densa y ruidosa oscuridad, fragmentos de un tren azabache arrastrándose lentamente sobre la piel desplegada de mil ataúdes cocidos y una mujer que espera en una estación desierta a un adjetivo hiriente que no acudirá a su cita.
Como un calco sobre el original, esta última imágen apareció ante Victor en el tramo final de su regreso. Ahora estaba viendo con sus propios ojos lo que antes había visto con ojos prestados. Cada segundo ratificaba la existencia de ese sueño, una inquietante concomitancia entre el presente fugándose a la velocidad del pensamiento y un caudal de imágenes que acudían desde el más reciente olvido en pos de su instante gemelo. Atravesado por esa simultaneidad, Victor inmóvil se quedó. Esa mujer que ahora se alejaba por el sombrío andén había habitado uno de sus sueños y esa escenografía que se presentaba ante él, antes se había cimentado en la oscuridad de su knock out.
Los pasos del derrotado se ciñeron al incierto rastro de unos pasos desencantados. Sin saber que pensar, los pies de Victor fueron movidos por el asombro. Ahora el presente solo era el presente. Si los sueños son vidas paralelas que agotamos simultáneamente, Victor al comenzar a morar en la consciencia de esa vida paralela, podría acceder a la gloria de ser él mismo sin silencios solemnes como marco de la derrota.
Espoleado por el interrogante las cuadras fueron sucediéndose anónimamente. Un primer trago de ginebra inundó oscuras cavidades desde su petaca argentada, segundos después las primeras gotas de una tormenta caían sobre ese pueblo de olvidados.
La fachada de una antigua casa se devoró a la mujer inesperadamente, la búsqueda de una respuesta se multiplicó en cientos de interrogantes; cada pregunta estallaba para convertirse en otras mil preguntas inquietantes. Victor decidió esperar como represa para ese torrente embriagador.

(viento-mármol frío-párpados caen)
La luz solar lo sorprendió sentado en un umbral de la vereda de enfrente, esta vez no había rastro de sueño alguno. Extraña sincronía, la mujer se alejaba hacia el lado de Congreso con un bolso en sus manos; las preguntas se regeneraron sobre la carne virgen bendecida por el sueño nocturno.

Victor nunca pudo recordar como fue que terminó dentro de la casa de la mujer; más adelante él lo compararía con el momento de su nacimiento, pero a la inversa aunque manteniendo el carácter amnésico de ambos acontecimientos. Un fuerte olor a trementina inundaba la casa; el reboque de las paredes padecía las inclemencias del olvido, a través de éstas la casa mostraba sus dientes apretados, el gastado parqué crujía bajo el temeroso paso del intruso, alarmas inútiles sonando en el vacio. Realmente Victor no sabía con exactitud lo que buscaba pero tenía la necesidad imperiosa de encontrarlo; urgía desde su vacio, como aquellos púberes sentimientos que lo llevaron a conocer la arquitectura del infierno y algunos edenes prefabricados. Habitación tras habitación, transgrediendo umbrales, profanando úteros privados, allí donde los propietarios se sienten tibiamente seguros. Peldaños ascendentes, de allí provenía el fuerte olor a trementina. Una vez allí, Victor se estrelló con la dureza de lo buscado, sin frenos que atenúen al asombro. Dentro de ese luminoso atelier, entre el desorden de la creación, su sangre de óleo salía desde su boca de lienzo; dos instantáneas de su derrota se desplegaban multicolores sobre la tela tirante; en una su cara sangrante sobre la lona recibía la cuenta final, en la otra, un iluminado cuadrilátero contenía a un Victor inmóvil y a un vencedor con los brazos levantados por un referí. Debía tocarlo para salir de su estupor, los gruesos dedos de Victor se posaron sobre las finas grietas del óleo reseco y las pinturas aún siguieron allí. Aturdido escuchó algo similar a un idioma pero no pudo responder hasta que una mano se posó sobre su hombro.